Vuelvo en mí. Se
me dificulta abrir los ojos, pero después de intentarlo varias veces, logro
hacerlo. El cuarto es el mismo de siempre, es el mío pero ahora está vacío.
Faltas tú. La habitación es blanca y grande iluminada por el sol. Tal vez sea
eso lo que irrita mis ojos que no dejan de lagrimear. Me levanto a cerrar las
persianas. Las cosas siguen aquí, pero el cuarto está vacío. Recorro los
muebles con la punta de mis dedos. Hago lo mismo con las fotos y los cuadernos.
Mi cara está empapada y mi ropa comienza a mojarse también. Me vuelvo a sentar
y volteo hacia tu lado de la cama. Aún está el hueco en el colchón, prueba de
que éste se amoldó a tu cuerpo, como mi cuerpo al tuyo y mi vida se amoldó a la
tuya. Mis ojos siguen lloviendo más y más. No quiero salir del cuarto. Soy
adicta a esta melancolía que me asfixia y me pesa respirar. Vuelvo a acostarme,
acaricio las sábanas. Pienso en ti como quien piensa en su nación tras años en
el exilio. Inspiro, pero el único olor que permanece en la cama es el mío. Me
levanto y corro al closet donde queda aún un poco de tu ropa. La huelo. Las
lágrimas siguen manando y el nivel roza ya el edredón. Recuerdo el futuro que
planeamos, los lugares a los que iríamos. El agua sigue cayendo y acaricia mis
rodillas. Quiero verte y disculparme. Golpearte y reclamarte. ¿Por qué me haces
caso cuando te digo que te odio? ¿O cuando te lanzo objetos? ¿Qué no sabes que
yo siempre voy a regresar? Pierdo la fuerza y caigo al piso. En este momento,
el agua besa mi cuello y yo no busco lugares más altos. Muevo la cabeza de un
lado a otro, como negándolo, tratando de convencerme de que esto no es real.
Pero lo es: tal vez ahora eres tú quien no quiere que vuelva. Mis ojos parecen
mares inacabables que siguen desbordando, cada vez con más fuerza. Tengo un pensamiento:
te buscaré. Iré tras de ti. Me decido y lo siento tan fuerte como una
convicción, pero el agua amenaza con superarme. Tus ojos. Me levanto para
acercarme hacia la superficie que va cada vez más lejos. Hasta que me tapa y
quedo sumergida en el mar de lágrimas. Tus manos. Intento gritar, pero lo único
que consigo es tragar esa agua salada que ahora me carcome las entrañas. Tu
voz. Empiezo a arañarme la cara y el cuello ante la impotencia de no poder
respirar. La consternación, únicamente me hace llorar más. ¡Tus labios! Comienzo
a nadar. Parece imposible, pero muero por verte, disculparme, golpearte y
besarte. El agua sigue subiendo. Sollozo cada vez más fuerte y seguido. Cada
vez más arriba. Yo sigo nadando. Sigo luchando. Cierro los ojos con la pequeña
ilusión de que esto detenga las cascadas, pero no. Nado como queriendo hacer
huecos en el agua. Nado con enojo hacia mí, recordando reprenderme si algún día
salgo de este lugar. Te mantengo en mente. Quiero verte, y esto es lo único que
me motiva a seguir avanzando cuando todos los músculos de mi cuerpo están
cansados y suplican descanso. Es entonces que mis manos tocan el techo. Sé lo
que significa. Me invade una sensación de pérdida que me desgarra. Lloro por
primera vez con la conciencia de que lo hago. Lloro, ahora, con la certeza de
que no volveré a verte. Quiero verte. Resignada, dejo de luchar y empiezo a
hundirme. Permito que la sal queme mis ojos y mi piel, que mi cuerpo descienda
lentamente hasta tocar el suelo. Miro hacia un lado, donde aún queda una de tus
fotos y me duele. Quiero verte, pero sé bien que no voy a salir. Quiero verte.
Quería verte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario