martes, 28 de febrero de 2012

Agua bendita


Las lágrimas se odiaban por traidoras.
Evidencian sin quererlo sentimientos cuyo autor luchaba por guardar.
Aborrecen el día en que pudiendo ser gotas de lluvia, nacieron gotas de sal.

Las lágrimas se odiaban por mártires.
Se lanzan sin la menor ceremonia por la borda de los ojos, en actitud suicida.
Ruedan sin prisa por la cuesta de las mejillas hirviendo, sabiendo cómo termina su viaje.

Las lágrimas se odiaban por lastimeras.
Saben que hacen daño al que las deja caer, pero más al que las ha provocado.
Al alcanzar el filo de la barbilla, se liberan por el acantilado, acabando con alivio su corta y vergonzosa vida.

No todas las lágrimas se odiaban.
Algunas aceptan su destino, consolándose con el sosiego que dejan tras de ellas.
Y otras pocas, caen en la piel dejando una brillante estela de tranquilidad, con la certeza de haber nacido de la alegría.

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