Nací por las calles del
Bernal, entre calores escalofriantes y bochornos que emanaban de los cuerpos.
Nací hace 1900 oraciones, 90 palabras, 2 letras y 18 lágrimas, o sea, hace 400 risas
(por aquello que alguien no sepa contar).
Mi padre fue un matasanos,
y de él recuerdo el recuerdo que tiene el agua del aceite. Mi padre fue el mejor hombre del mundo, y a él lo amé como ama un pie a su
calcetín.
Mi madre tiene lagunas en
los ojos y un arcoíris en la sonrisa. Y como el tarro de miel que está muy
lleno, a veces las aguas desbordaban de sus cabales y lloraba lágrimas de luz.
Desde antes de nacer mis
manos estaban encadenadas. En realidad, no sólo mis manos, a lo largo de todo
mi cuerpo tenía un moño hecho de dos listones de cadenas que marcaron el color
mis ojos de noche, mi piel de luna, mis pies de aire, mis labios con filo y mi
cadera de gitana. Nací como
el agua que cae a través del embudo y
desde entonces el viaje ha sido así. Sigo cayendo.
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